“El apego genuino florece en la aceptación, no en la posesión.”

Nuestra concepción del apego a menudo se confunde con la necesidad de controlar. Sin embargo, el apego verdadero es una danza de libertad, donde el espacio individual es respetado.

Piensa en un colibrí posado en una flor. No la aprisiona, sino que se nutre de su néctar. Del mismo modo, el apego genuino se nutre de la presencia del otro, celebrando su autonomía. Es un afecto que admira, no que recluye, comprendiendo que el amor más fuerte es el que da alas.