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“Placer efímero es niebla; placer del alma, sol perpetuo.”

Placer efímero es niebla; placer del alma, sol perpetuo.

Los placeres mundanos son como la niebla matutina: espectaculares por un instante, pero se disipan con la primera caricia del sol. Ofrecen una fugacidad que puede ser embriagadora, pero rara vez sacian la sed profunda del espíritu. En cambio, la alegría que emana de nuestro interior, cultivada con sentido y propósito, es un sol que irradia calor y luz de manera constante.

Este placer del alma no depende de estímulos externos, sino de una apreciación intrínseca de la vida, una satisfacción que nace de la conexión con nuestros valores y la contribución al bienestar de otros. Es un fuego interno que calienta incluso en los inviernos más crudos, un bienestar que no se desvanece.

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