“La plenitud no se mide por lo que se tiene, sino por la resonancia del alma con el propósito que la guía.”

La plenitud, ese estado de estar completo, no se nutre de la acumulación de bienes materiales o reconocimientos externos. Más bien, surge de la profunda conexión de nuestro ser con un sentido mayor, con un propósito que le da dirección y significado a nuestra existencia. Es la resonancia de nuestro espíritu con la misión que la vida nos ha confiado.

Imagina un instrumento musical. Su belleza no radica en su barniz, sino en la capacidad de producir notas armónicas cuando es tocado con maestría. De manera similar, nuestra vida alcanza la plenitud cuando vibrramos en sintonía con nuestro propósito, permitiendo que la melodía de nuestra alma se exprese con fuerza y autenticidad.