“Donde florece el afecto, la existencia halla su perpetuo amanecer.”

El apego genuino actúa como un sol interno, iluminando cada rincón de nuestro ser. Donde antes reinaba la penumbra, ahora se despliega un horizonte de posibilidades y calidez.

Piensa en un jardín desolado, bañado por una luz gris y monótona. Al aparecer el sol, cada pétalo se tiñe de colores vibrantes y las flores se alzan en un festín visual.

Este vibrar compartido, esta pasión serena que nace del cuidado mutuo, es lo que nos impulsa a despertar cada día con una renovada esperanza, como si cada jornada fuera un nuevo comienzo.