“El alma del que persevera es un río subterráneo que riega lo imposible.”

La perseverancia no siempre es un estruendo de batalla, sino a menudo un murmullo silencioso y profundo. Como un río que, oculto bajo la tierra, encuentra su camino a través de la roca más dura, nuestra tenacidad interior puede nutrir y hacer florecer aquello que parece inalcanzable.

Imagina la semilla que, enterrada en la oscuridad, empuja su diminuto brote hacia la luz del sol, sorteando guijarros y compactación. Ese mismo impulso vital, esa firmeza innata, es lo que nos permite superar los obstáculos, a menudo sin que el mundo exterior lo perciba.

Esta fuerza invisible es la que transforma desiertos en jardines, la que forja el carácter en la fragua de las dificultades. Es la promesa silenciosa de que, con constancia, hasta la roca cede ante el flujo incesante.