“La mayor devoción no se declara en altares, sino en los silencios compartidos y las manos entrelazadas.”

Podemos imaginar el amor como grandes gestos, como poemas épicos o declaraciones públicas de afecto. Sin embargo, la manifestación más profunda de la devoción a menudo reside en la quietud, en esos momentos de entendimiento mutuo sin necesidad de palabras.

Las manos que se buscan y se entrelazan en la quietud de una habitación, los silencios llenos de significado mientras se contemplan las estrellas, son testimonios poderosos de un apego inquebrantable.

Este cariño cotidiano, tejido en la intimidad, es la verdadera armadura del alma, más fuerte que cualquier juramento.