“El amor, en su estado más libre, es un río que corre hacia el mar de la aceptación, sin pedir permiso a las orillas.”

El amor genuino no se detiene ni se constriñe por barreras impuestas, sean estas propias o externas. Busca su curso natural, abrazando la esencia del otro sin intentar moldearla.

Visualiza un río serpenteando por el paisaje, adaptándose a la geografía, pero siempre avanzando hacia su destino. De igual forma, el afecto y la devoción permiten que la relación fluya, aceptando las particularidades de cada individuo. Es un cariño que se expande, permitiendo que la libertad individual coexista con la unión, creando un flujo vital.