“Atesorar el afecto es como custodiar un tesoro que solo se multiplica al ser compartido.”

El afecto, lejos de ser un recurso limitado, crece en proporción a su entrega. Guardarlo celosamente es marchitarlo; compartirlo es verlo florecer en un jardín inagotable.

Imagina una semilla de luz. Si la guardas en tu mano, apenas se notará. Pero si la lanzas al viento, se dispersará, creando innumerables destellos que iluminarán diferentes caminos.

El acto de compartir el amor no lo disminuye, sino que lo expande, creando una red de calidez que beneficia a todos los involucrados.